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De torero a luchador contra el maltrato animal

ENTREVISTA A D. ALVARO MÚNERA, DE TORERO A LUCHADOR CONTRA LA TORTURA
por Julio Ortega Fraile
29.06.2008

Desde "Maltrato Animal: Un Crimen Legal", he tenido la gran satisfacción de que D. Alvaro Múnera Bailes, antiguo torero y desde hace muchos años defensor activo para acabar con la tortura a los animales, haya respondido a mis preguntas acerca de la tauromaquia. Este hombre que un día fue matador de toros y hoy, desde su cargo como Concejal por la Ciudad de Medellín (Colombia) y como integrante de la Fundación F.A.U.N.A., que engloba a varias Asociaciones contra el Maltrato Animal, lucha sin descanso por acabar con tanta crueldad, constituye un ejemplo no sólo de superación física, - una cogida le dejó en una silla de ruedas -, sino también de compromiso y esfuerzo por erradicar la tortura como una forma de negocio y diversión. Él, que formó parte de ese mundo, conoce como pocos la realidad de la tauromaquia y nos habla de ella con absoluta valentía y sinceridad, por lo que le doy las gracias y le expreso mi reconocimiento por su incansable labor por esta causa.

Quisiera empezar Sr. Múnera, pidiéndole que nos facilite algunos datos biográficos

Nací en la Ciudad de Medellín; desde que tenía cuatro años mi papá me llevaba a los toros. No solamente a todas las corridas en Medellín sino también en Manizales. Era la afición de mi padre, eso era lo que se respiraba en mi casa, toros por todos los lados, allá no se hablaba de fútbol ni de otras cosas, solamente de toros. Yo crecí con eso y cuando estaba en Segundo de Bachillerato, a los doce años, decidí que quería ser torero. Inicié mi carrera taurina y cuando tenía 17 años resulté triunfador en la Feria de Medellín, eso me sirvió para que el apoderado de José Cubero "El Yiyo", Tomás Redondo, me apoderara y me llevara para España. Allí toreé en 22 oportunidades y en la Plaza de Toros de Munera, en Albacete, el 22 de Septiembre de 1984, un toro me cogió por la pierna izquierda y me tiró por los aires. Tuve lesión medular completa, trauma craneoencefálico y un diagnóstico contundente: no podría volver a caminar. A los cuatro meses me llevaron para Estados Unidos donde comenzó mi periodo de rehabilitación, tiempo que aproveché para ingresar en la Universidad y fueron cuatro años que viví en un País no taurino como un absoluto delincuente por lo que le hacía a los toros, me convertí entonces en defensor de animales y desde esa época hasta ahora he trabajado por el derecho que tiene todo ser vivo a no ser torturado y espero no dejar de hacerlo hasta el último día de mi vida.

¿Cuándo y por qué decidió que quería dedicarse al toreo?

La razón que me llevó a convertirme en torero fue herencia familiar; no porque mi papá hubiera sido torero ya que él era arquitecto, sino porque esa era su pasión, su vida. El todavía vive pero ya no es su afición, culturalmente ha cambiado mucho en este sentido pero en aquel momento era su mayor deseo, lo que le hacía vibrar y lo que más le gustaba. Así, a los doce años, fruto de esa herencia y de haberme llevado a todas las corridas de toros desde que tenía cuatro años fue que yo decidí que quería ser torero. No era en mi caso por una situación económica precaria pues mi familia no disponía de recursos limitados, yo tenía la oportunidad de estudiar y de hecho lo estaba haciendo. Terminé mi Bachillerato antes de irme para España en una Universidad muy reconocida aquí en Medellín, la Universidad Pontificia Bolivariana, pero entiendo que la mayoría de los toreros llegan al toreo por situaciones económicas muy precarias y ven en él una oportunidad de resarcir económicamente a su familia y a ellos mismos y de escapar de la miseria. Por eso yo soy más culpable, por haber hecho de algo bárbaro y cruel parte de mi mundo cuando yo sí tuve la oportunidad de estudiar, de capacitarme y es inconcebible que con una formación educativa importante yo hubiera optado por una profesión de tortura y crueldad con los animales.

Durante su vida como torero, ¿nunca reflexionó acerca del sufrimiento que su actividad implicaba para otros seres vivos y de lo innecesario de semejante atrocidad?

Hubo varios momentos críticos en mi carrera taurina donde vi tanta crueldad que quise dejarlo: cuando maté a una vaquilla en estado de preñez y me tocó ver cómo sacaban a su feto del vientre, en esos momentos quise abandonarlo porque había matado a dos y la escena era tan dantesca y tan impresionante que dije "no más", me puse a llorar y vomité, pero me dieron la palmadita en la espalda y mi apoderado me dijo "tranquilo, tú vas a ser una figura del toreo, estos son gajes del oficio", así que desaproveché esa primera oportunidad continuando mi carrera taurina, lo que hoy en día me resulta inconcebible y de lo que me avergüenzo, pero en ese momento yo tenía 14 años y no tomé conciencia suficiente para dejarlo. Luego, cuando a puerta cerrada maté a un toro al que le pegué cinco o seis espadazos y el animal, con parte de sus órganos internos también afuera, luchando por su vida, aferrándose a ella con las pocas fuerzas que le quedaban también me impresionó mucho y me indicó el retiro, sin embargo ya tenía preparado mi viaje a España y crucé el Atlántico, donde vino la tercera, contundente, ya Dios dijo "si es que no quiere comprender por la razón va a hacerlo ahora por otro método" y ahí si aprendí muy bien la lección, fue una experiencia muy bonita porque como ser humano significó superar mi situación clínica y encima trabajar por reparar todos mis crímenes, ha sido una gran experiencia para mí.

Una terrible cogida le apartó de los ruedos pero, ¿qué fue lo que le impulsó a convertirse de forma activa en defensor de los animales?

Hay que pensar que mi carrera taurina fue entre los doce y los dieciocho años, que es cuando fue la cogida. De allí me trasladaron a Estados Unidos y fue realmente en este País en donde yo cambié mi forma de pensar. Primero tuve contacto con gente en el Hospital y luego, fuera, cuando ya me enfrenté a una Sociedad antitaurina totalmente, en la que no conciben que existan pueblos donde se estén torturando y matando animales. Ese rechazo y ese repudio me lo hacían sentir en donde yo me movía: en el Hospital, la Universidad, en mi círculo de amigos. Al principio trataba de defender el toreo con los mismos argumentos que esgrimen los taurinos, pero la fuerza y la contundencia de las razones en contra de la tortura son de tal magnitud que haciendo una cosa sensata acepté que el equivocado era yo, que la razón le asistía a un 99% de la humanidad que está en contra de los espectáculos crueles con los animales y entendí que Dios me estaba dando ahora una oportunidad para aceptar que yo era el equivocado y para reparar mis crímenes. Lo que me hizo estar en contra de las corridas de toros y defender a los animales no fue la cogida en sí, tal vez si hubiera seguido en España yo hubiera continuado siendo taurino; fue el haber vivido todo mi periodo de rehabilitación en un País en el que no conciben que la gente se divierta torturando animales, que nos ven como pueblos atrasados, que yo realmente tomé conciencia de que lo que yo hacía era una absoluta barbaridad.

¿Qué le parecen los argumentos empleados una y otra vez por los defensores de las corridas, tales como: que el toro nació para eso, que genera empleo, que es una tradición, que no sufre, que es una lucha de igual a igual, que vive muy bien hasta que es toreado, etc.?.

Los argumentos que esgrimen los taurinos para defender las corridas de toros, más que argumentos son disculpas. Primero también hay que saber una cosa, hay varios correos electrónicos que circulan en la Red que dicen que a los toros antes de las corridas les untan algunas sustancias en los ojos, les pegan en los riñones, les introducen cosas por el recto y por lo menos en lo que yo tuve oportunidad de ver nunca me tocó contemplar algo semejante. Al toro le afeitan la punta del cuerno, es algo ilegal pero lo hacen en casi todas las plazas, pero yo diría que ahí no hay tortura porque al toro eso no le llega como dolor. Creo que la tortura del animal en si, aunque también existe con el transporte, empieza cuando al toro le clavan la marca de la ganadería y luego viene la pica, las banderillas, la estocada, y en el rejoneo los rejones de castigo.

Los taurinos dicen que el toro nació para eso y que si no existieran las corridas desaparecería una especie. Primero decir no es cierto que el toro haya nacido para eso, nadie nació para ser torturado; el toro de lidia tampoco es una especie, es una raza creada por el hombre, diseñada y manipulada por él para llegar a lo que es hoy en día el toro de lidia en base a muchos cruces y no es una especie, que sería el bovino, así el toro de lidia no deja de ser una raza más de esta especie. Entonces, criar a los animales para ser torturados eso es algo que éticamente jamás podremos aceptar. La Sociedad civilizada nunca puede aceptar que se críe a un animal, que es un ser vivo, con sistema nervioso central similar al nuestro, para ser torturado y que encima la gente se divierta con su suplicio; eso se cae por su propio peso y como le he dicho, nunca la tauromaquia tendrá argumentos para ser defendida, de pronto disculpas pero nunca argumentos. ¿Qué más pueden decir ellos?, que generan muchos empleos, que si el turismo, que mucha gente vive de ello. Si ese argumento fuera sostenible también podríamos decir que por qué motivo vamos a suprimir el terrorismo, el narcotráfico, el secuestro, la extorsión, la misma guerra que también genera muchos ingresos y hay mucha gente que vive de ella; entonces nunca algo cruel, bárbaro, sangriento puede valer de argumento para que la gente obtenga de ahí su modus vivendi.

Defender una tradición cruel, donde la víctima primero es inocente y donde es salvajemente torturada y masacrada, como tradición éticamente es inconcebible. Si así fuera deberíamos haber defendido en su momento como tradición los sacrificios humanos de los Pueblos Mayas o los Aztecas. La manera es ir superando tradiciones bárbaras que hoy en día se ven como negras páginas de la Historia; yo estoy seguro que muy pronto la tauromaquia será vista como una negra página de la Historia de la Humanidad. En algunos Países, en un futuro muy cercano la gente se preguntará: ¿cómo es posible que nosotros permitimos divertirse torturando y matando animales?

El toro no sufre. Esto es una falacia absoluta y total; aparte de cómo se rebrinca cuando le clavan las banderillas y los rejones de castigo o la pica, para entender que el toro sufre como nosotros - y de hecho la biología y la fisiología lo ha mostrado claramente -, basta saber que el toro tiene un sistema nervioso central que responde a los estímulos del dolor de la misma forma que el nuestro y decir que el toro no sufre, más que una disculpa que ellos inventan es un acto de atrevimiento tal y de ignorancia que raya en lo absurdo y en la estupidez.

No es cierto que sea una lucha de igual a igual, si así fuera el promedio de toreros muertos debería ser igual al promedio de toros muertos; el torero cuenta con la destreza física, con el uso de la razón, tiene los argumentos mentales para engañar al toro, se le pica para disminuirlo físicamente, el toro simplemente se defiende ante quienes le agreden pero no tiene esa capacidad que es la razón para distinguir claramente qué es el engaño y quién es el que le engaña y por eso los toreros muertos son muy pocos, es un índice insignificante al lado de los toros que se matan cada día en las corridas.

El animal vive muy bien hasta que llega a la Plaza: ya tendríamos que meternos en comparativas con los demás animales utilizados en la industria alimenticia y yo reconozco que hay mucha tortura o más tortura y crueldad en la crianza de animales de abasto que en la del toro bravo; sin embargo, criar un animal para que su destino final sea la crueldad, la tortura y la muerte, para que la gente pague para ir a ver esto y disfrute con ello y que sea motivo de algarabía y de gozo, me parece que es la práctica más aberrante, inhumana y salvaje que puede tener una Sociedad. Jamás podrá ser un argumento que al toro se le cuida muy bien para luego llegar a torturarlo, esto sería algo similar a lo que decía antes, los Aztecas y los Mayas que escogían a las doncellas más bellas para luego sacrificarlas. No, nunca podrá ser este un argumento válido.

¿Quiénes son realmente los que se lucran del toreo y los interesados en que esta costumbre salvaje continúe?

Pues en la primera escala yo diría que están las grandes figuras que ganan muchísima plata, luego vienen los empresarios, apoderados y algunos periodistas, que son básicamente los que de manera "grande" se lucran del toreo. Hay gente que sobrevive con él como son banderilleros, picadores, mozos de espadas que son asalariados; el toreo les da para comer y medio educar a sus hijos, pero yo diría que los grandes beneficiados son en primer lugar las grandes figuras y luego empresarios y apoderados. Los ganaderos no creo, la ganadería de toros no es rentable, yo pienso que los ganaderos son personas muy potentadas, de mucha capacidad económica, que cuentan con unos importantes recursos económicos y que tienen esto por afición.

¿Cuál es su impresión acerca de la situación actual de la tauromaquia en lo que a número de aficionados y "salud" de la misma se refiere, así como a la importancia de los movimientos abolicionistas y cuál cree que será el futuro al respecto?

La Sociedad evoluciona, el ser humano evoluciona y cada día la gente toma más conciencia de que tenemos que dejar atrás los espectáculos crueles con los animales. El primero que pierde al sostenerlos es el mismo hombre porque se está degradando, al presenciar el sufrimiento de un animal y disfrutando con ello. Yo estoy seguro de que a la juventud de hoy en día no le interesan para nada las corridas de toros, no quieren saber nada de crueldad con seres vivos que son inocentes porque el toro, hay que decirlo, no tiene afición por las corridas, el toro no disfruta de los "olés", de los pasodobles, no sabe qué es eso; llega a un sitio extraño para él y es torturado y matado salvajemente sin entender porqué. Entonces la corriente abolicionista ya se inició, no creo que tenga reversa, lo importante es que aceleremos el proceso y mucho más temprano que tarde hagamos que se supriman las corridas, las peleas de gallos, el coleo, las corralejas, los circos con animales, etc., todos los espectáculos abyectos y violentos con los animales y por eso yo creo que cada día irá menos gente a la Plaza, porque cada día más gente toma conciencia. El fin de la tauromaquia lo veo cercano, es difícil pero no tienen futuro alguno, no tienen como expandirse a otros Países, a otras culturas; los otros Países no taurinos jamás admitirán que ingresen en su Cultura espectáculos crueles con los animales, entonces en ese sentido yo soy optimista y en manos de la juventud está que este proceso se acelere.

Si según las estadísticas cada día es menor el número de personas que acude a las corridas o los aficionados a las mismas, ¿por qué desde el Estado se sigue subvencionando y dando cobertura legal a una actividad que rechaza una proporción tan importante de los ciudadanos?

Creo que debido al "matrimonio" que mantienen la clase política y los altos estratos de la Sociedad con los taurinos y con los toreros. El ir a la Plaza significa un estatus social, es el ir a exhibirse, siempre ha sido calificado como un espectáculo muy elitista y en ese sentido el político quiere darse el caché de estar con la alta sociedad y por eso ha sido difícil que ellos mismos tomasen conciencia; pero el sentir popular es tan grande y la juventud tiene la conciencia tan clara que yo diría que más temprano que tarde los legisladores van a tener que unirse a su demanda porque sino se van a quedar obsoletos.

¿Qué hacen los Gobiernos Colombiano y Español por poner fin a la tauromaquia?, ¿son receptivos en este aspecto a la demanda popular?

Ha habido intentos legislativos para acabar con la tauromaquia pero el poder económico y político de los taurinos es grande y han logrado conseguir esas mayorías alegando el derecho al trabajo y a la tradición. Pero más que los Gobiernos quien ha venido a manifestarse en contra de esto es la Sociedad y sobre todo la juventud. En cualquier artículo taurino que tenga comentarios en un diario, el 95% de los mismos son en contra de la tauromaquia, es tan aplastante el sentir de la Sociedad que yo creo que la clase política y los Gobiernos tendrán que aceptar que están en contra del sentir popular, de la gran mayoría de la gente y tendrán que legislar en ese sentido. Pienso que la presión que nosotros podemos hacer moviendo masas en este sentido es importantísima para que los Gobiernos y los legisladores tomen la conciencia que ya tomamos la gran mayoría del Pueblo.

España está sometida a presiones en el Parlamento Europeo para acabar con las corridas pero parecen insuficientes, ¿podría llegar a ser decisiva la intervención internacional para suprimir este espectáculo vergonzoso?

Bueno, ya es un paso adelante que el debate sea llevado al Parlamento Europeo o aquí, en Colombia, al Congreso de la República. En la década de los 80 los toreros eran héroes, se concebían como tales, nadie se cuestionaba el sufrimiento del animal; con el boom de los 90 y ahora ya en el nuevo siglo la gente está viendo la crueldad que existe en los espectáculos taurinos; ahora se trata de llevar esta realidad cruda de lo que le pasa al toro en la Plaza a todos los Eurodiputados, a todos los concejales, diputados de las Comunidades Autónomas, al mismo Congreso en España, y aquí al Congreso de la República, para que entiendan esa realidad y empiecen a unir esfuerzos y legislar desde esas Corporaciones para prohibir estas costumbres bárbaras.

En Madrid, durante la Feria de San Isidro, han tenido lugar diferentes acciones en la Plaza de las Ventas por parte de colectivos contra el maltrato, ¿cuál cree que es su repercusión y considera que cada vez es mayor la implicación de la gente y la difusión del movimiento abolicionista desde los medios de comunicación?

Yo estoy de acuerdo con las manifestaciones y expresiones públicas que sean pacíficas, que no agredan ni insulten porque uno no puede luchar contra el salvajismo con otra forma de salvajismo, entonces mientras sean pacíficas totalmente de acuerdo. Pero creo que el debate importante es en la Academia, es en los colegios, educando a los niños, en los medios de comunicación, con campañas publicitarias y ese es el gran éxito que podemos obtener, a través de Internet, de los foros, de los grupos, de las comunidades virtuales. Allí es donde nosotros cada vez vamos concienciando a más gente, mostrando los videos de la realidad de lo que le pasa al toro en la Plaza, no lo que muestran en los noticieros que son cuatro o cinco lances de capa, otros tantos de muleta o el torero dando la vuelta al ruedo; no, hay que mostrar una pica de cerca, hay que enseñar cómo reacciona el toro cuando le clavan banderillas, como reacciona cuando le clavan los rejones, cómo vomita sangre con una estocada incrustada en sus pulmones, esto es lo que hay que mostrar a los jóvenes para que comprendan lo que en realidad pasa allí, cómo a los toros todavía les cortan las orejas aún estando vivos; entonces, cuando uno pone estos videos en colegios o en conferencias automáticamente ahí todos los niños se convierten ya en antitaurinos y nunca más van a asistir a una Plaza de Toros. Yo diría que el debate es ahí y ahí es donde nosotros vamos a ganar la batalla.

Existen muchos Grupos y Asociaciones que trabajan por el fin de la tauromaquia sin embargo, actúan de forma independiente, apenas hay colaboración entre ellas ni aúnan sus esfuerzos, ¿no es esta disgregación algo negativo para alcanzar el objetivo que persiguen?

Todo depende de cómo actúen. Si hay celos o rencillas entre ellos, si no se ponen de acuerdo en la forma o en el fondo entonces diría que estamos actuando en contra de nuestra propia causa. Lo ideal sería una unión general, una Plataforma que aglutinara todos los movimientos en defensa de los animales como lo hicimos acá en Medellín, a través de F.A.U.N.A, que reúne a todos los movimientos defensores de los animales. Sería muy bueno que existiera una Plataforma internacional que los englobase para que todos utilizáramos las mejores estrategias, las que mejor funcionen y en ese sentido obtuviéramos mejores resultados. Sin embargo no está mal tampoco que actúen por su cuenta siempre y cuando vayan en el sentido correcto.

¿Qué método cree que es el más efectivo para poner fin a las corridas de toros?

Hay un error grande en las formas que muchas veces los movimientos antitaurinos utilizan para tratar de imponer su idea. No me parece que esté bien que la gente vaya afuera de las Plazas de Toros para insultar o agredir, a decirle a los taurinos Vds. son bárbaros, Vds. son asesinos, me parece que la confrontación a base de insultos derrumba los argumentos que de por si están de nuestro lado, cualquier persona sensata lo entiende. El debate tiene que ser desde el punto de vista desde la Academia, desde las ideas, desde los medios de comunicación, con campañas educativas en los colegios, ir afuera de la Plaza a insultar y agredir me parece de alguna manera colocarnos al mismo nivel que ellos y yo no soy amigo de ese tipo de expresiones. Sí de manifestaciones pacíficas, caminatas, con pancartas, pero no en las Plazas de Toros, en los parques, afuera de los colegios, de los medios de comunicación, en el exterior de las iglesias, para que la Iglesia Católica se replantee cómo es que patrocina semejante barbarie bajo el manto de sus iconos de santidad; entonces me parece que el debate hay que darlo en estos escenarios y que son mucho más productivos.

Para mí el mejor método es mostrar a través de videos lo que le pasa al toro en la Plaza y llevar esto a través de conferencias a los colegios, comunidades, grupos sociales, juveniles, con proyección de estos videos en plazas públicas, antes de las películas en los teatros, donde la gente vea esa realidad que tapan en los noticieros, que no muestran el detalle de una pica de cerca, como el toro muere ahogado en su propia sangre; eso por muy cruel que sea hay que hacerlo. Desafortunadamente, si no es mostrando esta realidad la gente no toma conciencia. Yo diría que una mezcla de mostrar esa realidad con los programas educativos en todas las instancias, es el secreto para que desaparezcan todos los espectáculos crueles con los animales.

¿Cómo ve el futuro de la abolición de las corridas de toros a corto y medio plazo?

Yo opino que las corridas de toros se pueden acabar por dos vías. Porque la gente ya no vaya a la Plaza, que no exista ese recambio que yo estoy convencido que no lo va a haber de la afición actual; la gran mayoría de los jóvenes no quieren saber nada de eso y creo que es algo que va a ser importante para la abolición de las corridas. Y sería muy bueno también empujar para que se haga más temprano que tarde legislación en este sentido convenciendo a los políticos de que la gran mayoría de la gente rechaza esto y que no pueden ir en contra de ese sentir popular. Que los medios de comunicación se involucren también, ayudando y mostrando esta realidad; estoy seguro que por ahí es la clave: mostrar la realidad de lo que le pasa al toro en el ruedo, lo que no se ve ni en las noticias ni en los programas taurinos.

¿Qué le diría a toda esa gente que a pesar de no gustarle la tauromaquia y estando en contra de causar sufrimiento a los animales, no hace absolutamente nada por contribuir a poner fin a esta realidad?

Esa labor nos compete a las personas sensibles al maltrato animal. Hay que hacer que la gente tome conciencia de que a pesar de que no les gusten la tauromaquia ni hayan acudido a ninguna corrida de toros, en su Ciudad, donde hay toros, eso está pasando; que a sus espaldas están torturando y masacrando animales para que la gente se divierta y tratándolo como si fuera de interés económico o que eso le da empleo a muchas personas. Es importante que la gente se sensibilice con el dolor ajeno y aunque no participen del espectáculo entiendan que tienen que contribuir para su abolición, porque yo no puedo tener el comportamiento del avestruz cuando hay tanta crueldad que sucede a mis espaldas y esa labor le compete a los movimientos antitaurinos y los de defensa de los animales para sensibilizar al resto de la Sociedad sobre nuestra causa.


El toro sufre un dolor inmenso

Estudio hecho por Susana Muñoz Lasa. Doctora en Medicina. Especialista en Medicina Física y Rehabilitación
Profesora Titular de la Universidad Complutense de Madrid.
Pincha para leer el estudio en formato pdf.


Los toros y el engaño de sí mismo

El autor se pregunta: ¿Cómo se siguen permitiendo estas prácticas en sociedades que, como la nuestra, quieren llegar a llamarse civilizadas? ¿Y cómo es posible que personas inteligentes, informadas y comprometidas socialmente participen en esto?

Por Enrique Chaux
Pasamos caminando con nuestra hija de 3 años al lado de la plaza de toros. Ella preguntó que qué pasaba allí porque había mucha gente y mucha bulla. Le dijimos que estaban en corrida de toros. Al preguntar que qué era eso, le dijimos que allí había unos toros a los que estaban tratando mal. Se quedó en silencio. Luego se oyeron unos aplausos y nos dijo emocionada: “¿Aplauden porque ya dejaron de tratar mal a los toros?”.

Creo que el sentimiento más claro que sentí fue vergüenza. Vergüenza de especie porque nosotros, como seres humanos, seguimos maltratando a otros animales simplemente por nuestra diversión. Y vergüenza por la sociedad que, como padre, le tengo que presentar a mis hijas. ¿Cómo se siguen permitiendo estas prácticas en sociedades que, como la nuestra, quieren llegar a llamarse civilizadas? ¿Y cómo es posible que personas inteligentes, informadas y comprometidas socialmente participen en esto?

¿Cómo entender estas contradicciones? Creo que la respuesta la tiene Albert Bandura, de la Universidad de Stanford, quizá el sicólogo más importante de los últimos 40 años. Bandura propuso que los actos más inhumanos venían siempre acompañados de autojustificaciones que se cree cada persona para lavar su conciencia. Estas autojustificaciones le permiten a la persona sentirse moral a pesar de continuar haciendo algo que en el fondo sabe que es inmoral.

Entre los seguidores de la tauromaquia son comunes varias autojustificaciones:

1) No es tan grave, hay cosas peores. Esta es quizá la autojustificación que he visto más usada. Sí, claro, hay cosas peores y en nuestro país conocemos de cerca muchas de ellas. Pero es el mismo argumento que usa el corrupto cuando afirma que lo que robó no es nada en comparación con todo lo que se roba en este país. Pensar que hay gente que hace cosas peores es muy útil para calmar la conciencia.

2) Antes que preocuparse por el maltrato a los toros hay que preocuparse por el maltrato a los humanos. De acuerdo, hay que preocuparse (y mucho) por el maltrato a los humanos. Pero una preocupación no reemplaza la otra. El maltrato es reprochable sea quien sea que lo sufra.

3) Los toros no sufren como nosotros. Esta es una autojustificación basada en la ignorancia. Las vías neuronales a través de las cuales se transmite la percepción del dolor son prácticamente idénticas en todos los mamíferos, incluyéndonos claro está. Obviamente es más cómodo pensar que somos diferentes.

4) Es un enfrentamiento entre iguales. Esta autojustificación busca implantarle un elemento de justicia a una práctica claramente injusta. El desbalance de poder es evidente. Basta con analizar una estadística sencilla: número de toreros muertos vs. número de toros muertos.

5) Es una práctica cultural y artística. Esta es una autojustificación muy usual en la población en general y en especial entre los intelectuales. Pues sí, tal vez hay elementos de nuestro legado cultural y artístico allí, o por lo menos del legado español. Pero ninguna expresión artística, ni ningún legado cultural puede servir de justificación de maltrato. Creo que nadie sensato aceptaría hoy en día una obra de arte que implique tortura a un ser humano, por más creativa que sea la obra. Tampoco podemos aceptarla si es contra un ser que siente tanto como nosotros.

6) Si come carne, no tiene derecho a protestar. Esta autojustificación busca desviar la atención y desplazarle la responsabilidad a quien cuestiona. Es, de nuevo, equivalente al corrupto que se lava las manos diciendo: “ah, pero ¿quién no ha robado alguna vez en su vida?”.

7) Es una forma de desahogar nuestra violencia natural. Esta autojustificación está basada en un supuesto errado sobre los comportamientos violentos. El supuesto es que la tendencia a actuar de manera violenta disminuye después de observar o participar en actos violentos. El mismo Bandura demostró por medio de experimentos rigurosos que ocurre justo lo contrario.

8) Se evita la extinción de la especie. Con esta autojustificación, quienes apoyan la tauromaquia buscan quedar ante sí mismos y ante los demás como defensores de la naturaleza. Es como si tuviéramos que estar agradecidos por el bien que le hacen a los toros de lidia. Obviamente, la defensa de los animales no debe ocurrir por medio del sufrimiento de los animales.

9) Igual, iban a morir. En el fondo, esta autojustificación está diciendo: dado que van a morir, es mejor que mueran de una manera divertida para mí. El punto ético es si la forma de morir es igual de divertida para el toro como lo es para el espectador. Indudablemente no lo es.

Seguramente hay más autojustificaciones que quien apoya la tauromaquia en últimas se inventa para no sentirse mala persona. Claro, a nadie le gusta sentirse mala persona. La mente es muy hábil para inventarse excusas que le permitan evadir el sentimiento de culpa. El punto no es que quienes apoyan las corridas asistiendo a ellas (o patrocinándolas) sean malas personas. El punto es que ponen su diversión (o las ganancias) por encima del maltrato que las corridas generan en los toros. Y si en algún momento llegan a sentir algo de culpa (por ejemplo, por la pregunta que les hace un niño), rápidamente sacan a relucir sus autojustificaciones, y ya… Quedan tranquilos y siguen con la diversión (o con las ganancias).

El primer paso para romper con estas autojustificaciones es reconocérselas, darse cuenta de cómo uno se traga sus propios cuentos con fines egoístas. El siguiente paso es sentirse bien con uno mismo por sus acciones, no por los autoengaños. Es decir, dejar de asistir (si asisten), dejar de apoyarlas (si son patrocinadores) y dejar la pasividad (si no hacen nada para frenarlas). Sólo así podremos acabar con otro de los maltratos que nos quedan. Y sólo por nuestras acciones tenemos derecho a sentirnos bien con nosotros mismos.

Espero poder en algún momento, no muy lejano, decirle a mi hija: los aplausos que escuchas son realmente porque dejaron de maltratar a los toros.

*El autor es doctor en educación de la Universidad de Harvard.
Profesor asociado en el departamento de sicología de la Universidad de los Andes.
http://www.semana.com/wf_InfoArticulo.aspx?idArt=100733



Las corridas de toros, un elogio a la cobardía

César Borja hace un recuento histórico y un repaso detallado de lo que significan las corridas de toros para, finalmente, lanzar una feroz critica contra este espectáculo tan de moda por estos días en Colombia.

Por César Borja
Fecha: 01/30/2007
No, este encabezamiento no es el título mal redactado de la famosa obra Elogio a la Locura, del igualmente célebre Erasmo de Rotterdam, del siglo XVI. Éste es el exordio de un ensayo que encarna a la perfección la esencia del espectáculo mal denominado: fiesta taurina.

De ninguna manera voy a discutir si las corridas de toros son un acto de violenta crueldad o no, después de todo tanto el hombre como el toro son animales violentos por naturaleza; mi intención es más bien probar por qué la tauromaquia epitomiza, antes que un arte, un acto de infame cobardía.

Según la Real Academia de la Lengua Española “cobardía” es la falta de valor. Son cobardes por ende el torero –que muestra exiguo valor al emprender una pelea sabiéndose ampliamente superior a su adversario–, y la tauromaquia por entablar un combate entre dos especies y favorecer ventajosamente a una de ellas.

Para tener un mejor enfoque pasemos a pormenorizar la contienda celebrada entre el primate Homo Sapiens y el bóvido Bos Taurus. Veamos: el único punto que tiene el toro a favor es su abismal fuerza, sin embargo ésta es notoriamente mermada por la excesiva picada de lanza con que lo puyan y desangran; en muchos casos estos pinchazos le perforan un órgano vital, como por ejemplo un pulmón, dejándolo desahuciado y fuera de combate antes de enfrentar a su rival, el “valiente” torero.

El hombre tiene en cambio a su favor: la inteligencia, la cual le indica, entre otras cosas, que este bello rumiante de torpes reflejos y escaso coeficiente intelectual, embiste con arrojo cualquier objeto o cuerpo en movimiento, de allí que el tonto mamífero se puede pasar toda la vida persiguiendo el capote o cualquier otro chiro que le pasen por el frente.

El factor sorpresa, trascendental en cualquier combate, es otro gran punto a favor del torero; tanto él como los espectadores saben exactamente lo que está sucediendo en la arena, en tanto que al toro nadie se ha acomedido a explicarle las reglas del juego, o por lo menos prepararlo para el tipo de confrontación al que va a ser sometido.

Y es que a cualquier peleador se le entrena para combatir, ¿cómo? adiestrándolo, azuzándolo a exterminar a su contrincante (lo hacen los boxeadores, luchadores, los perros y gallos de pelea, etc.). Esto, sin embargo, no ocurre con los toros de “lidia”, a los que, por el contrario, cuidan y protegen como prima donnas, restándoles brío, haciendo de ellos retadores bobalicones –fíjense no más con la mansedumbre que salen al ruedo algunos toros, que dizque de lidia-.

Y aparte que no los preparan para afinar sus instintos combativos, a los míseros animales –a los toros–, les niegan la oportunidad de ganar, pues si por casualidad se descachan y cogen al torero, un arsenal de colaboradores de éste se lanza al ruedo para distraer al toro mientras ayudan a escapar al “valeroso mataor” del peligro.

Por el contrario, no he visto el primer caso en donde en el momento de matar al toro suelten a varios de sus congéneres para distraer al torero. Ah, y no olvidemos el estresante ajetreo que sufre el animal –el bóvido– antes de entrar a la arena, o es que les parece muy plácido el sometimiento a extensos viajes en ceñidos compartimientos, los embarques y desembarques, el reconocimiento veterinario, el pesaje, el apartado (acción de encerrar a los toros en los chiqueros algunas horas antes de la corrida) y demás zarandeos que sufre el animal –el toro–, en tanto que el mataor descansa en las mejores suites de los mejores hoteles, llevando la mejor de las vidas, en compañía de hermosas damas que lo ven como valiente, ¡valiente gracia! Eso lo hace cualquiera que tenga los pantalones medio bien puestos, y más aún por la suma que se embolsilla un torero por cada corrida; aquí en Colombia hay más de uno –yo, entre otros– que por la mitad de esa platica se le mide al toro únicamente con la muleta, sin armas y sin segundos que nos defiendan.

Como ven, no existe confrontación más desigual y cobarde que la de una corrida de toros. En un país donde los actos de cobardía son nuestro pan de cada día (masacres, asesinatos, atracos, violaciones, abusos infantiles, etc.) y en donde son muy pocos los líderes que poseen el don del coraje, una buena forma de enseñarle a las futuras generaciones la virtud del valor es: o concediéndole al toro herramientas que hagan de la contienda taurina un enfrentamiento más justo y equitativo o –si los “hombres de luces” no tienen las agallas para hacerlo–, entonces eliminando las corridas de toros.

En tanto esto no suceda, con esta clase de espectáculos le seguimos inculcando a nuestros hijos que ser ventajoso es la putería, que darles en la jeta a los más indefensos es rebacano ¡Qué berraquera de hombres estamos formando! Bien lo dijo el mismo Erasmo de Rotterdam: “el hombre es el único ser viviente que intenta salirse de los márgenes que la Naturaleza le ha asignado”, en este caso: el de la integridad, baluarte de la hombría.
http://www.semana.com/wf_InfoArticulo.aspx?idArt=100734



ABOLICIÓN DE LA TAUROMAQUIA

Jesús Mosterín

Desde un punto de vista moral, nada es tan deleznable como la tortura, el dolor atroz infligido de un modo intencional e innecesario. El no ser torturado constituye el único derecho humano al que la declaración de la ONU no reconoce excepciones y el derecho animal que más adhesión suscita. El hacer de la tortura pública de pacíficos rumiantes un espectáculo de la crueldad, autorizado y presidido por la autoridad gubernativa, es una anomalía moral con la que hemos de acabar ya. Hay que felicitar al Ayuntamiento de Barcelona por haberse declarado en contra de la continuación de las corridas de toros.

Hace años que se le había adelantado Tossa de Mar en esta postura, pero obviamente el peso específico de Barcelona es mucho mayor, aunque no lo suficiente como para prohibir las corridas, que es el lógico paso siguiente. La pelota está ahora en la Generalitat, que es la que tiene las competencias para acabar de una vez con esta lacra.

La tortura pública de animales humanos (brujas, herejes, delincuentes, adversarios) y no humanos (toros, osos, perros, gallos) fue habitual en Europa hasta el siglo XVIII. En España, durante ese siglo, la diversión aristocrática de alancear los toros a caballo fue siendo sustituida por la variedad plebeya o a pie del toreo.

A principios del siglo XIX, mientras prácticas similares se prohibían en otros países, el absolutista Fernando VII creó las escuelas taurinas y promovió la tauromaquia que ahora conocemos. La primera plaza de toros fija de Barcelona, El Torín, con capacidad para 13.000 espectadores, fue edificada en la Barceloneta en 1834. Al año siguiente, en 1835, el grosero público asistente, borracho y descontento por la mala calidad de la corrida, salió a la calle y se dedicó a quemar todos los conventos e iglesias de Barcelona, con la consiguiente pérdida de patrimonio artístico. Desde Balmes hasta Ferrater Mora, los pensadores catalanes se han opuesto a esta bárbara costumbre. Hoy en día, según las encuestas, la mayoría de los catalanes son partidarios de su abolición.

En 1988 el Parlament de Catalunya aprobó una pionera pero inconsistente ley de Protección de los Animales. Si, por un lado, "se prohíbe el uso de animales en espectáculos,... si ello puede ocasionarles sufrimiento", por otro "quedan excluidas de forma expresa de dicha prohibición" las corridas de toros allí donde sean tradicionales, es decir, donde haya construidas plazas de toros, aunque no se autoriza la construcción de otras nuevas.

La tradición puede explicar sociológicamente la existencia de ciertas costumbres en un grupo social determinado, pero la tradición tiene valor nulo como justificación ética de nada. Las salvajadas más execrables son tradicionales allí donde se practican. La buena intención de ir acabando con la barbaridad taurina era evidente, pero la marrullería política y el miedo a perder algunos votos acabó produciendo una ley contradictoria, aunque no del todo inútil, como mostró el caso Távora.

La Generalitat de Catalunya, en aplicación de su norma vigente, había prohibido la pretensión de Salvador Távora de introducir el rejoneo, lidia y muerte de un toro en medio de la representación de la ópera "Carmen" en Barcelona. Los tribunales, incluyendo el Supremo en el 2003, condenaron a la Generalitat a pagar una indemnización multimillonaria a Távora, basándose en la presunta defensa de la libertad de expresión artística. Con ello la falta de lógica, la crasa incomprensión de lo que es el arte, la carencia de sensibilidad y el total desprecio por el sufrimiento de los animales condujeron a un esperpento judicial.

Como señalaba Antonio Machado por boca de su alias Juan de Mairena, el arte es representación, ficción, y por eso el toreo no es arte. La corrida no es "un arte, puesto que nada hay en ella de ficticio o imaginado". Al final de la ópera "Carmen", Escamillo torea y don José apuñala a Carmen. Naturalmente, la muerte del toro y la muerte de Carmen son ficciones. El arte es ficción y la ópera es arte. Matar a un toro en el escenario no es arte, como tampoco lo sería matar a la actriz que interpreta el papel de Carmen. Sólo un artista mediocre y sin imaginación puede confundir la representación ficticia o artística del dolor y la muerte con la cosa misma. La libertad artística es la libertad de crear ficciones y no tiene nada que ver con la libertad de torturar y matar de verdad.

En el 2003 el Parlament de Catalunya renovó por completo la ley de Protección de los Animales, pero siguió sin atreverse a salir de la contradicción en lo referente a la tauromaquia. Ahora que el Ayuntamiento de Barcelona ha movido ficha, es de esperar que la Generalitat tome cartas en el asunto y que en un futuro próximo tengamos una ley consistente de protección de los animales. Las ciudades y los países son grandes y suscitan admiración por su contribución al progreso y a los valores universales, no por aferrarse a lo propio, peculiar y castizo. Abolir las corridas de toros en Catalunya es uno de los mayores favores que Catalunya puede hacer a España entera, colocándose así en una posición de vanguardia espiritual y señalando el camino que los demás sin duda acabarán siguiendo.

Soy partidario de la máxima libertad en todas las interacciones voluntarias (comerciales, lingüísticas, sexuales, etcétera) entre ciudadanos. Soy contrario a todo prohibicionismo, excepto en los casos extremos, como la violación de niños o la tortura de animales. Pero es que las corridas de toros son un caso extremo. Por muy liberales que seamos, si no tenemos completamente embotada nuestra sensibilidad moral y nuestra capacidad de compasión, tenemos que exigir el final de tal salvajada. De hecho, en todos los países con un mínimo de tradición liberal están prohibidas desde el siglo XIX.

Además de su cursilería estética y de su abyección moral, toda la huera y relamida retórica taurina se basa en una sarta de mitos y falsedades incompatibles con la ciencia más elemental.

No, el toro de lidia no constituye una especie aparte, sino que pertenece a la misma especie y subespecie ("Bos primigenius taurus") que el resto de los toros, bueyes y vacas, aunque no haya sido sometido a los extremos de selección artificial que han sufrido algunas variedades, por lo que conserva un aspecto relativamente parecido al del toro salvaje.

No, el llamado toro bravo no es bravo, no es una fiera agresiva, sino un apacible rumiante, más proclive a la huida que al ataque.

Dos no pelean si uno no quiere, y el toro nunca quiere pelear. Como la corrida de toros es un simulacro de combate y los toros no quieren combatir, el espectáculo taurino resultaría imposible, a no ser por toda la panoplia de torturas (el doble arpón de la divisa, la tremenda garrocha del picador, las banderillas sobre las heridas que manan sangre a borbotones) a las que se somete al pacífico bovino, a fin de irritarlo, lacerarlo y volverlo loco de dolor, a ver si de una vez se decide a pelear: a pesar de los terribles puyazos que sufren en la corrida, con frecuencia los toros se quedan quietos y "no cumplen" con las expectativas del público. El actual reglamento taurino prevé que se empleen entonces banderillas negras o "de castigo" con arpones todavía más lacerantes para castigar aún más al pobre bovino, "culpable" de mansedumbre y de no simular ser el animal feroz que no es.

JESÚS MOSTERÍN

Catedrático de Filosofía de la Ciencia de la Universitat de Barcelona

Publicado en 14/4/2004 en el periódico"La Vanguardia"


LAS CORRIDAS DE TOROS

Me satisface que Barcelona sea ciudad antitaurina. La tradición, el espectáculo y la cultura no son razones para defender la tauromaquia


El pasado martes, el Ayuntamiento de Barcelona se declaró "contrario a la práctica de las corridas de toros". La declaración no puede impedir su celebración --esto depende del Parlament de Catalunya--, pero recomienda su prohibición.

La decisión es importante especialmente porque la ha tomado el ayuntamiento más importante del país. Son algunas las reacciones y reflexiones que me sugiere esta decisión municipal.

En primer lugar, satisfacción, gran satisfacción. Me parece mentira que, a principios del siglo XXI, todavía se puedan defender las corridas de toros.

Sin embargo, existen personas que las defienden. También algunos amigos míos. Ellos y yo sabemos que el espectáculo es cruel. Y sabemos que el gusto o el rechazo que sentimos hacia ellas no depende sólo de la razón, sino también de sentimientos y sensaciones.

Por ello estos debates levantan pasiones y provocan controversias viscerales. Dejaré ahora de lado los sentimientos --suyos y míos-- y entraré en algunos de los argumentes que se suelen utilizar para defender las corridas.

LO HARÉ siguiendo el esquema que propuso, hace ya muchos años, Josep Ferrater Mora.

En tres artículos memorables y muy críticos --que le costaron alguna respuesta airada--, señaló los tres argumentos que más se utilizan en defensa de las corridas de toros: que son tradicionales, que son espectaculares y que revelan una relación especial entre el homo hispanicus y el toro.

El argumento de la tradición es seguramente el más insistente. Aunque, observado de cerca, resulta débil: no sólo porque no está muy claro que sea una tradición --¿tiene que ser muy antigua, ininterrumpida, seguida por muchos, sin objetores?--, sino principalmente porque el solo hecho de ser una tradición no es hasta ahora garantía de nada, aun no nos dice si lo que es tradicional es bueno o no.

La humanidad ha tenido tradiciones que ahora le dan vergüenza --las luchas de gladiadores, la esclavitud o la segregación racial-- y todos hemos tenido tradiciones de todo tipo --pedagógicas, religiosas, lúdicas o sociales-- que hemos abandonado porque nos hemos cansado o porque las hemos encontrado improcedentes.

De hecho, la historia de la humanidad --confusa y mezclada-- también es la historia en la que ha ido afinándose nuestra sensibilidad hacia prácticas que habían sido bien vistas por los antepasados y que acaban resultando intolerables.

Me quedé atónito cuando supe que a mi abuelo materno --un hombre bueno, delicado y artista-- le gustaban las corridas de toros. Después de él, nadie más de la familia ha ido nunca.

Me parece una ganancia histórica, que deseo que sea irreversible. Por suerte, existen tradiciones que se rompen.

El argumento de que las corridas son un espectáculo tiene una base igualmente débil. Cualquier espectáculo no es bueno por el hecho mismo de ser espectáculo.

Si así fuera, en la actual sociedad del espectáculo, deberíamos decir que todo es bueno. Deberíamos decirlo de guerras repugnantes espectacularmente televisadas o de espectáculos pretendidamente lúdicos en los que los participantes insultan y maltratan a los presentes y los ausentes. Que el espectáculo se base en la crueldad que se ejerce sobre un toro (o sobre seis), no es una buena recomendación. También las luchas de gallos son espectáculo. Y existe un consenso amplio de que son detestables.

EL ÚLTIMO argumento citado por Ferrater es el de una supuesta "relación entre el hombre hispánico y el toro".

Como a él, esa relación me parece muy discutible. Aunque me interesa de ella especialmente una cosa: algunos piensan que la cultura --española, catalana o mundial-- se va a resentir si se prohíben los toros. No sé por qué.

Las gestas de Mario Cabré, de Bernadó o de Chamaco están en la historia y nadie va a borrarlas. Como nadie borra las pinturas rupestres o quema los libros que contienen rituales atávicos hoy intolerables. La historia también es crecimiento.

La tradición, el espectáculo y la cultura son evolución. Y una cosa está muy clara: nuestra sociedad es cruel; es conveniente que combatamos cualquier forma de sufrimiento inútil y evitable.

No niego, pues, que las personas amantes de los toros puedan ser, en el global de su vida, personas sensibles y civilizadas. Como lo era mi abuelo. Pero estoy seguro de que el colectivo que prohíbe actos de sufrimiento y de crueldad se convierte en más sensible y más civilizado. Los que queremos prohibir las corridas de toros deseamos precisamente un mundo así.

JOSEP-MARIA Terricabras

Catedrático de Filosofía de la Universitat de Girona y miembro del Institut d'Estudis Catalans (IEC).

Publicado en el periódico "El Periódico"



BARCELONA ANTITAURINA

10 de abril 2004

El pasado 6 de abril, el Pleno del Ayuntamiento de Barcelona, aprobó una Declaración por la que se promueve a la gran capital española como una "ciudad antitaurina".

La Declaración fue aprobada democráticamente con 21 votos favorables, 15 votos en contra y 2 abstenciones y después de la misma se ha producido un gran revuelo político y mediático.

Contra la opinión general manifestada por la gran mayoría de los medios de comunicación, la Declaración me parece de una gran valentía política por parte de los que la han inspirado y aprobado.

A veces pensamos que los políticos solamente hacen las cosas cuando les es interesante. En este caso, el coste político y personal es mayor que el rédito directo, y por ello creo que merece el aplauso.


He oído y leído que lo que los "catalanes" están haciendo con esto es renegar de todo lo que huela a "español". Me parece un absurdo en toda regla, ya que nada tiene que ver la lucha por los derechos de los animales con la posición política de las personas.

Incluso los concejales de Convergencia apoyaron con sus votos la propuesta socialista, una propuesta que me parece moderna y civilizada como la propia ciudad de Barcelona.

Y creo además que puede haber muchos antitaurinos inteligentes entre las filas del Pp que se cayan por no llamar la atención. Cabe recordar aquí que la propuesta no nace de Carod Rovira, como se ha simplificado aquí por las "castillas", sino del trabajo conjunto que, durante más de dos años, han promovido las organizaciones ADDA-Asociación para la Defensa de los Derechos del Animal y la transnacional para la protección animal WSPA y que les permitieron presentar alrededor de 250.000 firmas de ciudadanos.

Hoy por hoy, me parece un insulto que la corrida de toros sea mal llamada la "Fiesta Nacional"; yo solamente reconozco una. Y me parece más insultante aún que asimilen de antiespañoles a los que están "contra" las corridas de toros.

He leído a muchos periodistas y contertulios de radio hablar de esto, siempre a favor de las corridas de toros, y a ninguno en contra. Quizás por miedo a ser "señalados", prefieran no mostrar su posición abiertamente a través de los medios de comunicación. Pues bien, yo lo voy a hacer: aunque me siento profundamente español y he jurado la Bandera y la Constitución varias veces, me proclamo antitaurino y aplaudo la valiente decisión del Ayuntamiento de Barcelona.

Los motivos son varios. El primero, que me parece un festejo cruel y denigrante con el animal. Se trata de un juego con animales que se remonta a los circos romanos, que pululaban de ciudad en ciudad tratanto por igual a bestias y a hombres.

En segundo lugar, conozco bastante bien el talante de los miembros de una de las asociaciones que ha promovido tal Declaración, ADDA, Asociación para la Defensa de los Derechos del Animal. Su Presidente, Manuel Cases, es un señor en toda regla que ha dedicado todo su tiempo y dinero a promover el buen trato que las personas deben dispensar a los animales.

En tercer lugar, porque es demagógico despreciar a los animalistas, tildando sus objetivos de poco importantes si se compoara con las necesidades humanas. Muchas veces he oído decir que bien podríamos dedicar nuestros esfuerzos a otra cosa. Es verdad que quien trata bien a los animales quiere a la Humanidad, como también es cierto que quien pega una patada a un perro luego se la propine a su padre o, peor aún, a su esposa.

Ya el Papa San Pio V, en su Bula "De salutis gregis dominici" del 1 de noviembre de 1567, excomulgó la fiesta de los toros por exaltación máxima de la agresividad humana, "deseando que estos espectáculos tan torpes (vergonzosos) y cruentos, más de demonios que de hombres, queden abolidos en los pueblos cristianos".

En 1920 el Secretario de Estado del Vaticano, Cardenal Gasparri, escribió que "la Iglesia continúa condenando en alta voz, como lo hizo la Santidad de Pío V, estos sangrientos y vergonzosos espectáculos". Monseñor Mario Canciani, cónsul de la Congregación para el Clero de la Santa Sede, decía que todo aquel que muriese en una corrida de toros está condenado al fuego eterno.

Igualmente, según la investigación histórica de Monseñor Canciani, todos los que frecuenten estas fiestas como actores o espectadores, "están excomulgados". Juan Pablo II, haciendo un estudio de la Biblia, recuerda que "el hombre, salido de las manos de Dios, resulta solidario con todos los otros seres vivientes, como aparece en los Salmos 103 y 104, donde no se hace distinción entre los hombres y los animales."

Además, la sensibilidad con lo vivo es la tónica de los tiempos que corren.

En marzo del 2003, Demoscopia realizó una encuesta entre los vecinos de Barcelona con un sorprendente resultado que no ha recibido eco en los medios de comunicación.

Según ésta encuesta, un 98,5% cree que los animales sienten dolor cuando son maltratados; un 96,3% cree que deberían suprimirse la tortura o el sufrimiento de los animales como actos de diversión; un 86,6% cree que el respeto por los animales está ligado a una imagen más cívica de una ciudad; un 76,2% cree que las corridas de toros son un espectáculo cruel y antieducativo; un 64% cree que en Barcelona no debería continuar celebrándose corridas de toros; un 55% está de acuerdo con que el Ayuntamiento debería declarar Barcelona ciudad Antitaurina y un 56,2% cree que con motivo de la celebración del Forum 2004, el Ayuntamiento de Barcelona debería suprimir las corridas de toros.

De Cataluña siempre vino lo moderno, fue el camino que siguieron muchas de las corrientes de la vanguardia europea. El modernismo, por desgracia, casi se quedó parado allí, como tantas otras corrientes. De la Corona de Aragón arrancó una de las vías de Reconquista más fuertes, y aún perdura allí ese carácter europeo, abierto, civilizado y moderno que caracteriza a las personas que aquellas tierras.

Sinceramente, no creo que las corridas de toros sean un asunto al que se preste tanta importancia por parte de la ciudadanía. Es verdad que hay asuntos mucho más importantes.

Acude mucha más gente a un partido de fútbol destacado un fin de semana que a la plaza de toros de Las Ventas en todo un año.

Durante los festejos populares de pueblos a lo ancho y alto de España suele ir más gente a ver a Bisbal que a un encierro, y muchas plazas portátiles no suman en una semana de fiestas más de 200 personas.

El mundo del toro mueve mucho dinero con muy poca gente. Es un mundo que pertenece al pasado, está sin renovar, y no concuerda con los valores solidarios y ecologistas de los tiempos que corren, como tampoco con la vida de una gran capital moderna y cosmopolita. Hay cosas que son incompatibles.

Sangre y dolor que se derraman gratuitamente y que forman parte de un espectáculo denigrante condenado a la desaparición. Barcelona ya ha dado el primer paso. Sólo hay que esperar.

José Luís Barceló

Publicado en el periódico "El Semana Digital"



TAUROMAQUIA: MISERIA DE UNA FIESTA NACIONAL

Por Luigi CAMPOS

Se ha calificado a las corridas de toros en España como una fiesta nacional. Sin duda, lo es, pero a su vez es una terrible afrenta a la dignidad del hombre.

¿Es un hecho cultural con tradición de siglos y con el apoyo expreso del vulgo y de la notable sociedad española? Sin duda citaría y encuentro en sus tres últimas partes una total respuesta afirmativa. En cuanto a relacionarla como un hecho cultural, en su valor humano y espiritual, sin duda alguna que es un gran error. La cultura "es una gran visión integral y con raíces del mundo, de la vida y de la historia. Una visión que se nutre, crece y modifica." Por lo tanto no es un hecho cultural sino una "media cultura" de una ignorancia total, alimentada por la vulgaridad, la mediocridad y el sadismo.

Por desgracia este tipo de espectáculo aún se sigue considerando como algo "inherente al pueblo español", un presente de los "siglos del cuerno", un fenómeno social que desfavorece todas las tesis compasivas con el reino animal.

Veamos algunas pruebas de esta miserable condición humana. En el siglo XVII durante el reinado de Felipe III, Felipe IV y Carlos II, se celebraba las fiestas de toros en lo religioso y profano. Motivos religiosos que podrían ser festividades, canonizaciones, beatificaciones... y profanos en llegadas y recibimientos, matrimonios, nacimientos, cumpleaños, viajes y acontecimientos públicos.

Todos los años, con motivo de la festividad de San Isidro el 15 de Mayo comienza en Madrid la feria taurina que lleva su nombre, lo que significa un mes de corridas casi a diario (22 corridas de toros, 3 corridas de rejones y 3 novilladas picadas, en el año 2001). Esta carnicería anual también se celebra en mi país, Perú, e inicia un 1 de Octubre, llamada "Feria del Señor de los Milagros." ¡Es inaudito que Isidro honrado como un santo entre los españoles desde 1175 se manche el buen nombre de este! Lo más sugerente y apropiado para dicha fiesta podría llamarse: la fiesta de Lucifer, o la fiesta de Belcebú, o simplemente la fiesta del Maligno.

Habría que decir que la tauromaquia (el arte de lidiar toros) no es más que una miseria de una fiesta nacional que no tiene nada de divino, épico o sobrenatural como se esfuerzan en elevarla los pro taurinos.

Este acontecimiento que se extiende por todo el territorio español y a varios países del área hispanoamericana no es más que una "españolada" (palabra textual del sabio y Premio Nobel en literatura, en 1906, Ramón y Cajal). No es más que la obra "no de hombres sino del demonio" San Pío V. Un espectáculo de muerte y vanidad humana, que nunca favorece a España.

En un capítulo titulado Alrededor de la Muerte, la inmortalidad y la gloria de Ramón y Cajal, nos escribe: "Una cornada en el corazón mata al caballo, una estocada en la misma víscera derriba al toro, que a su vez, en derrote desesperado y vengador, abre al lidiador el pericardio. Puestos que todos poseen un corazón y un sistema nervioso complicado ¿concederemos alma a los tres o a uno sólo? Y si nos decidimos por la última disyuntiva ¿se la otorgaremos al caballo inocente, al toro feroz o al hombre rudo que en vez de cultivar la tierra, tiene por oficio destruir los animales que ayudan a labrarla? ¿Quién es menos bruto de los tres y el más digno de la inmortalidad del espíritu? Para mí la cuestión no ofrece la menor duda; el caballo."

Lope de Vega (1562-1635) no era aficionado ni apologista a las corridas de toros, pero una de las pocas condenas a la fiesta de los toros que se conoce de él, nos dice:

¡Fiesta mortal! A tu inventor primero
maldiga el cielo con su mano eterna
Mala, con toro manso; buena, fiero que mata,
Hiere, pisa y desgobierna.
La fiesta es ver morir bárbaro y fiero
Contra la condición humana y tierna,
Los que no os hacen mal, ni mal os quieren.

¡Bárbaros españoles, inhumanos!
Más crueles que idólatras y escitas,
Que entre la religión de los cristianos,
Leyes fieras tenéis con sangre escritas.
¡Volved los ojos, si lo son de humanos,
con lágrimas y voces infinitas,
a questa imagen de dolor y miedo
del mísero don Diego de Toledo.


Dice Pérez de Ayala en Política y toros que "es un hecho de profunda significación en la vida española y de raíces tan hondas y extensas que no hay actividad social o artística en que no se encuentren sus huellas, desde el lenguaje hasta la industria o el comercio." Una verdad que en nada favorece y pueda enorgullecer al pueblo español. Sin duda alguna, hay poderosas razones económica de la supervivencia de las corridas de toros. Un negocio de hecho público violento, innecesario y amoral. Pregunto: ¿Dónde están las leyes justas y representativas del adelanto del Derecho Civil español, en lo que a una buena norma se llamaría "la ley y el orden cívico"?

Es claro y evidente que existe una sociedad económica, política e intelectual y religiosa española aficionada, interesada e "infectada" por los toros como Vicente Espinel (1550-1624) quien le brinda grandes elogios y exaltación de la fiesta y de sus protagonistas. Y otros, conservadores, que ni lo elogian ni manifiestan su enemistad hacia el espectáculo taurino como el español y Premio Nobel Tirso de Molina (1571-1648) o Echegaray quien lo recibiera en 1904, en sus escritos no hemos encontrado ninguna opinión sobre los toros, ni siquiera una alusión. Lo que es obvio que responden a sus cobardías. No son más que testigos falsos que se han hecho a sí mismos, completamente indiferentes, sin ética, ni moral, y sin formación espiritual.

Dentro de esta gran realidad de la vida española se manifiesta a una iglesia católica comprometida, colaboradora y sin oposición a esta ruina del alma.

Veamos como nos pone a la iglesia católica en relación con el mundo de los toros, el Premio Nobel de literatura , en 1922, el español Don Jacinto Benavente: "La Iglesia, nos dice, tiene o ha tenido, un espíritu benévolo, ha mirado siempre con benevolencia al espectáculo taurino.""La Iglesia, tan intransigente en ocasiones con el teatro, con el libro y con la prensa, dispensa la más benévola tolerancia a las corridas de toros." Como es posible, viene a preguntarse, Benavente, que la Iglesia sea tan dura con todo aquel desvío procedente de la inteligencia sea tan blanda para un espectáculo que extraña violencia"? "Para la inteligencia con todos los rigores; para la brutalidad las más indulgentes sonrisas." "La Iglesia, tan celosa en fulminar anatemas contra los errores de pensamiento (...) no lo es del mismo modo contra estos errores de acción."

Y es verdad que la postura de la Iglesia católica española ante las corridas de toros ha tenido que ver con las conveniencia que con la coherencia. He aquí algunos testimonios de religiosos católicos que atestiguan la tinieblas de estos actos.

Juan Mariana (1535-1624), el Padre Mariana, historiador y eclesiástico español, expone en su obra De Spectaculis, los argumentos más contrarios a la fiesta de los toros. Por ello es considerado este jesuita como uno de los grandes enemigos con que ha contado aquélla a través de la historia. Quien calificara de "nefasto, cruel y negro espectáculo."

Santo Tomás de Villanueva, Ermitaño agustino español, 1488-1555, habla de rito gentil, de barbaridad, de "bestial y diabólica usanza", advirtiendo a los que no prohibían las corridas que "no sólo pecáis mortalmente, sino que soís homicidas y deudores delante de Dios en el día del Juicio de tanta sangre violenta vertida."

"¡Cuán grandes son tus obras, OH Jehová!
Muy profundos son tus pensamientos.
El hombre necio no sabe,
Y el insensato no entiende esto.
Cuando brotan los impíos como la hierba,
Y florecen todos los que hacen iniquidad,
Es para ser destruidos eternamente." Salmos 92:5-7


A través de la fiesta de los toros se han creado incontables elementos culturales a lo largo de la historia: poesía, prosa, periodismo, teatro, música, cine y arte. Se le ha brindado grandes elogios y exaltación de la fiesta y de sus protagonistas como el Premio Nobel español Vicente Espinel (1550-1624). Pues esto es un signo más, claro y evidente, de la decadencia ética española, de la sensibilidad estética de sus presuntos homo sapiens.
Es una estocada en la misma víscera a la idiosincrasia española , que se dice que recibieron de los romanos las influencias en sus caracteres, tales como el orgullo y el sentido del honor; de los árabes heredaron el "fatalismo", el espíritu bélico y la pasión; que los godos les legaron el espíritu religioso y la diferenciación jerárquica; el individualismo y la independencia de los celtas, y que pueden presumir de valor y lealtad gracias a sus viejísimos abuelos los iberos. Pues en definitiva, las corridas de toros forman parte de la incivilidad ibérica, lo cual constituye uno de los rasgos permanentes de la idiosincrasia española.

Finalmente, el argumento central de este documento es que es censurable cualquier acto que implique sufrimiento o muerte de cualquier animal, sin otro motivo que la simple diversión, como es el espectáculo taurino, y que su práctica es un oficio infame y vil, y que es un hecho de profunda preocupación que el pueblo español se desvíe de la piedad y cristiana como lo creen serlos de auténticos creyentes y convencidos cristianos


LUIGI CAMPOS CHALCO,es Administrador de empresa con registro profesional número 11967, teórico del Estado, estudioso e investigador de las doctrinas sagradas y escritor de Lima-Perú.



LA LLAMADA “FIESTA NACIONAL”
por Josep Ferrater Mora.

¿Qué se puede decir en favor de las corridas de toros a fines del siglo XX? Me limitaré a tres argumentos en favor: que son tradicionales, que son espectaculares, que revelan una relación especial entre el homo hispanicus y el toro.

Ninguno de estos argumentos se mantiene en pie.

En primer lugar, el que algo -una fiesta, una costumbre, una organización social- sea tradicional no basta para justificarlo. A este tenor, cabría abogar por toda clase de estupideces y majaderías fundándose en que están sancionadas por la tradición. En segundo lugar, lo que se llama «tradición» es cosa muy discutible. En cualquier comunidad un poco desarrollada culturalmente no hay sólo una, sino varias «tradiciones». Tercero, se proclama a menudo que algo es tradicional porque arranca de un pasado juzgado remoto (aunque pueda se relativamente reciente). Los conservadores, por ejemplo, defienden lo que llaman la tradición, pero en verdad lo que defienden es un modo de ser, un modo de actuar, un modo de organizarse, etc. que surgieron en algún momento de la historia y que en aquel momento no eran en modo alguno tradicionales, sino nuevos -y hasta «revolucionarios».

¿Son espectaculares las corridas de toros? No lo sé; depende de lo que se estime que es un espectáculo. Algunos juzgarán que lo verdaderamente espectacular son los grandes conciertos de rock; otros que los Festivales de Beyreuth. Un número muy crecido de ciudadanos romanos estaba muy convencido de que lo más espectacular de todo eran las luchas de gladiadores y el despedazamiento de cristianos en el Foro. Tal vez los sacrificios humanos fueron lo más espectacular; en todo caso, debieron de producir un gran impacto sobre las almas sensibles a la par que un goce refinadísimo en los esprits forts. La cuestión no es si algo es espectacular o no; en todo caso, nada se justifica simplemente porque sea, o se estime que es, espectacular.

Lo de la peculiar relación entre el hombre hispánico y el toro es especialmente dudoso. Es muy difícil convencer a nadie que no esté convencido de antemano de que hay y ha habido desde siempre, o desde hace mucho tiempo, una relación semejante. O caso de haberla habido, esto no justifica el que siga habiéndola. Ya sé que la tesis de la relación especial ha sido defendida, y brillantemente, por Ortega («la trágica amistad, tres veces milenaria, entre el hombre español y el toro bravo»), pero esto no obliga a aceptarla. A Ortega le debo, como todos los miembros de mi generación, muchísimo, pero esto no obsta para que tenga que aceptar todas sus opiniones. No todo lo que dice un maestro debe creerse a pie juntillas. Además, me tinca, como dicen en Chile, que si Ortega hubiese vivido hoy -¡y ojalá que hubiera podido ser para que, aun más que centenario, hubiera seguido iluminándonos con sus ideas y su estilo!- es muy posible que hubiese cambiado de opinión. Al fin y al cabo, el propio Ortega fue el más enérgico y hábil defensor que jamás ha habido de la idea de que el hombre (quiero decir, claro, el ser humano) es una sustancia maleable, tanto que no es ni siquiera una sustancia, sino un constante cambiar y llegar a ser.

¿Por qué, pues, siguen defendiéndose en España, y también en algunos casos fuera de España, las corridas de toros? Hay muchas razones: orgullo nacional o pseudonacional, intereses económicos. Lo último sería si no respetable por lo menos explicable. Pero si hubiese que acceder a todo lo que fuese económicamente explicable cabría defender inclusive la guerra de todos contra todos.

Es cierto que desde hace ya varias décadas ha ido surgiendo y prosperando en el país la oposición a las corridas de toros. Esta aversión no es nueva: recuérdese que en «El Sol», de Madrid, uno de los diarios más justamente respetados en su tiempo (y uno que debió tanto, tanto que fue casi todo, a Ortega) se daban noticias de la celebración de las corridas bajo el encabezamiento «La llamada fiesta nacional». En esa época no se hablaba prácticamente de respeto a los animales o como ahora se dice de «derechos de los animales». Admito que la expresión 'derechos' relacionada con animales -o hasta con seres humanos- es muy discutible, porque a mi entender no hay intrínsecamente derechos de nada; los derechos son una convención que se reconoce en virtud de ciertas preferencias por un mundo que se juzga mejor que otro -como lo sería un mundo donde tales derechos fuesen universalmente reconocidos- Pero no es necesario extraviarse en sutilezas. Todo el mundo puede entender lo que se quiere decir con las palabras «derechos de los animales». No se quiere decir que tengan derecho a votar o a disfrutar de un salario decoroso; quiere decir sólo no tratarlos cruelmente, no torturarlos y, a la postre, no obligarles a llevar una vida que no les compete en virtud de la evolución de las especies y de los ecosistemas a los que se han ido adoptando. En rigor, si puede hablarse de tales derechos se resumen a dejar que los animales ocupen sus habitáculos naturales: los leones no están hechos para el circo, ni siquiera para el parque zoológico, sino para ciertas regiones donde puedan circular libremente. Si unos animales despedazan a otros, no hay que juzgar que obran mal. El obrar bien o mal no son propiedades naturales de tales o cuales seres vivientes, sino resultado de un sistema de preferencias que, por lo que sabemos, sólo los seres humanos pueden desplegar.

Hay tantos y tantos argumentos contra las corridas de toros que uno se pregunta cómo los argumentos contrarios pueden todavía hacer mella. Ya sé que ésta (como muchas otras cuestiones) no es razonable, ni siquiera racional, sino como se dice a veces emotiva o visceral, de modo que no me sorprende que las corridas tengan aún tantos defensores ni me parece que ser un defensor de ellas empañe las posibles virtudes y habilidades del defensor. Tengo varios buenos amigos -y algunos que, como habría dicho Ortega, lo son en superlativo- que son partidarios de las corridas de toros, pero ello no disminuye un ápice mi amistad ni espero que mis opiniones al respecto disminuyan una pizca la suya. Acaso lo que ocurre es que estos amigos no son tan «viscerales» como en ocasiones pretenden. Son, en todo caso, personas con quienes se puede hablar y con quienes es placentero hablar acerca de todo -incluyendo las corridas de toros- justa y precisamente porque admiten la posibilidad de que haya diferencia de opinión. Pero todavía me suena a extraño que las corridas de toros sigan ejerciendo tanto atractivo sobre muchos españoles.

El asunto de que hablo en este artículo es importante porque ha dejado de ser meramente teórico. Se habla de que con motivo del ingreso plenario de España en la Comunidad Europea convendría que se suprimieran las corridas de toros. Como nada se obtiene por entero y a rajatabla se discute la posibilidad de que se hagan cada vez más «portuguesas», es decir, que el toro no sea matado sino simplemente «humillado». No me extrañaría que si el toro tuviera conciencia de lo que se discute sobre él, «prefiriese» -al fin y al cabo se supone que es bravo- ser matado a ser humillado. ¡Quién sabe lo que un toro tiene en el magín! Pero con esto no haría más que ponerse a la altura de algunos seres humanos. No hablo de los que prefieren la muerte a la deshonra, o a la destrucción de alguna causa que estimen noble, sino de los que no quieren ser humillados por alguna causa que estimen noble, sino de los que no quieren ser humillados por puro machismo. Pero ya que he defendido al toro contra las embestidas que sufre en las corridas, se me permitirá agregar que si el toro tuviese semejantes «preferencias» sería tan censurable como el ser humano. Acaso la «relación especial» entre el hombre y el toro consista, a la postre, en que uno y otro no son, después de todo, tan distintos...

Suprimir las corridas de toros, o, para empezar, «correr» a los toros sin matarlos, no quiere decir dar la puntilla a muchas cosas asociadas con las corridas. «Pisa morena, pisa con garbo ... » tiene tanto garbo como la morena a cuyos lindos pies se tiende un capote o, si se quiere, una chaqueta de cuero (sintético)...

Se alegará que esto es sacar las cosas de quicio, ponerlas fuera de contexto, descartar la sustancia en nombre de los accidentes. Pero en operaciones como la última consiste en gran parte la civilización.

Josep Ferrater Mora, catalán, es uno de los filósofos más importantes de habla hispana, publicó numerosos trabajos, entre los culaes destacan su Diccionario de filosofía y De la materia a la razón.



CORRIDAS DE TOROS: BARBARIE REGLAMENTADA

EL AGORA - LUIS MARIA POMAR Y POMAR

Cada vez que denuncio actos de crueldad cometidos contra animales, me invade ese sentimiento, a veces inaprensible, que es la frustración. ¿Para qué —me pregunto— fustigar al alcalde de Santa Margalida por permitir la cruel caza de patos, si sé que cuanto escriba por razonado y duro que pueda ser no impedirá su futura repetición y, ni tan siquiera, rozará la coriácea epidermis de cuantos protagonizan la salvajada? El año que viene, y el otro, ocurrirá lo mismo y con idéntico ritual. Un funcionario de la Conselleria de Agricultura, protegido por una pareja de la Guardia Civil en evitación de un posible linchamiento por parte de tanto energúmeno concentrado, levantará acta de la prohibida suelta de patos para iniciar el ya consabido expediente sancionador. Y aquí paz y después gloria ¡Ah!, y la Delegada del Gobierno, pudiendo y debiendo hacerlo se abstendrá de enviar a las Fuerzas de Orden Público para que impidan la celebración del acto anunciado y ampliamente divulgado.

La desmoralizante frustración que se encierra en el manfutismo militante del Alcalde margalidà, en la pasividad de la Delegada del Gobierno y, ciertamente, en la de todas las autoridades civiles de España que alientan, o simplemente toleran, la infinidad de festejos populares en que se tortura a animales por el solo placer de divertirse con su sufrimiento atroz, es que acabo por comprenderlos e incluso, si se empeñan, por jusfiticarles. Que nadie olvide que este país, esa España mía, esa España nuestra, es el único Estado de la UE donde la tortura de un animal, su agonía y la muerte más cruel que quepa imaginar, ha sido suntuosamente institucionalizada y reglamentada al milímetro para que las gentes que la contemplan —para mayor escarnio conocidas y respetable— se lo pasen en grande, exulten, griten, aplaudan o insulten al pobre torero —la otra víctima de la fiesta— si no se arrima lo suficiente a la punta de los pitones para que la emoción crezca en la medida que el riesgo de ser empitonado sea más próximo, más evidente; con lo que se rinde culto a la muerte, culminación de la dantesca corrida de toros, conocida también, para vergüenza de muchísimos españoles, como Fiesta Nacional.

Sé que son muchas las veces que he escrito contra esta repulsiva zaragata, pero es necesario insistir una y otra vez, y otra, con la idea de que al menos un solo lector aficionado recapacite y acabe por detestarla al recordar su ritual. La tortura a que se somete al toro empieza en la dehesa en el momento de encajonarlo en un cubículo dentro del cual no podrá darse la vuelta sobre sí mismo. Así permanecerá a lo largo de cientos o de miles de kilómetros. Quiero creer que durante estos días se le suministra agua y pienso en cantidad suficiente. Luego, ya en el chiquero se le clava el anzuelo del que cuelgan las cintas de la divisa; la marca de la casa donde ha sido criado y recriado para el sufrimiento inmisericorde. Y suenan los clarines. El hermoso animal, deslumbrado, irrumpe en la trampa mortal que es el albero del redondel. Corre asustado de una a otra parte del ruedo buscando inútilmente una salida por donde escapar. Sólo se topa con el capote —el engaño para más inri—, esa tomadura de pelo que lo conduce a la primera secuencia de lo que será su martirio: la suerte de varas. Para anular su poderío le serán triturados los músculos dorsales y cervicales con un hierro biselado de veintitantos milímetros de grosor y 12 centímetros de longitud, hasta convertirlos en una papilla de carne por la que sale la sangre a borbotones. Y ahora, alucinen. Sobre esos músculos lacerados se le cuelgan seis largos palos con sus correspondientes anzuelos poderosos. ¿Se imaginan el dolor que padece el animal al sentir que su carne se le desgarra más y más con el bambolear de las banderillas, al correr despavorido de uno al otro lado del redondel?... El jolgorio sigue y, también, la interminable agonía del toro, mal herido ya, anémico por la abundante pérdida de sangre; con el dolor agudísimo que se lee en sus ojos desorbitados y en sus pupilas desmesuradamente dilatadas, presagio de una muerte inminente; la lengua seca, pendiendo fuera de la boca para facilitarle la respiración muy comprometida ya por el hemotórax preagónico y... los bramidos, los bramidos espeluznantes, del animal derrotado y humillado por la estupidez y la insensibilidad de unos seres humanos nacidos en unas tierras en que malvivieron durante siglos, y radicalmente ineducados porque así convenía a cuantos detentaron el poder desde siempre; los cuales, siguiendo el ejemplo romano de aplacar al populacho con el panem et circensis, nos cebaron con la carnaza del pan y toros para que un malhadado día de Mayo, en vez de decantarnos por el ejercicio de la libertad prefiriéramos chafar cualquier conato de esperanza con el esclavizador gritar ¡vivan las caenas!

Y así nos han ido las cosas. Todo es indignante, pero al mismo tiempo comprensible. Horroriza que se despanzurren cabras al precipitarlas desde lo alto de un campanario; que se asaete a un novillo con miles de soplillos; que la gente se deleite con un becerro en cuyos pitones se ata estopa impregnada de grasa a la que se prende fuego para que el animal despavorido y enloquecido huya sin rumbo por las calles del pueblo. Todo esto, y muchas más atrocidades que se cometen con animales, son indignantes, pero comprensibles; por cuyo motivo hay que exonerar de culpa a todos cuantos, por activa o pasiva, incitan o toleran estos espectáculos denigrantes.

Por eso no hay que perder la esperanza, o recobrarla si se quiere. Las corridas de toros y todas las secuelas de barbarie que han ido generando, acabarán por disolverse en la pura nada gracias al visceral repudio de millones y millones de españoles.

Es sólo cuestión de tiempo...

Luis María Pomar y Pomar es veterinario.

Publicado en el periódico "El Mundo" , 25/8/2002